
A medida que uno crece, la cuadra se convierte en menos de un minuto, tan solo dos pasos para pasarla, ya no se necesita el recorrido molesto que iba desde la cocina (en donde estaba mamá) hasta el patio (en donde estaba papá) para conocer al dueño del permiso anhelado que nos hacia libre durante unos segundos...
Ya mamá no dice: "Pregúntale a tu padre"... (Y uno iba) pero papá ya no dice: "pregúntale a tu madre"...ya no.
El barrio es conocido de punta a punta, cada recoveco, cada sucucho fue visitado, los amigos, “los pibes del árbol” ya no suelen estar todo el día ahí, en el refugio, en ese en el cual pasaron las broncas, las risas, en donde surgieron los apodos de cada uno, el gordo sigue siendo el gordo, el negro, sigue siendo el negro, el narigón aún carga con su alias, pero falta ese encuentro que surgía de la nada… ese encuentro prematuro…
Uno empieza a manejarse solo a darse y quitarse permisos a elegir y a rechazar, uno se hace dueño del mundo, de la verdad, se da sus primeros golpes y desea volver a mamá... y en última instancia a papá…
Pero la vida se va haciendo, el día es largo y uno ya no recuesta a su alma tan solo por afán, uno duerme cansado, duerme por necesidad de dar descanso a la anatomía que tanto lo necesita...
Los problemas ya no pasan por un enojo, los golpes no duelen un rato, ahora cuando te golpeas te duele el alma, y el perdón a veces cuesta…
La vida pasa y uno elige que sentido darle
Y así se va la vida, y así la vive uno... a su manera…
Erika