
El sutilmente me convido con un silencio, y una mirada que se poso eterna en mi, sonreí. El alma me proponía escapar y meditar un tiempo más, pero en ese segundo fuí sorda, decidí hablar como nunca jamás lo había hecho, comencé sacándome lo que más me pesaba, mi nombre, quién era, el por qué no había encontrado las razones necesarias para no estar justo ahí. El permanecía en silencio y por momentos sus ojos parecían reflejarme un abismo inconcluso, pero por fin habló...
Reconoció que sabía quién era, que sus ojos me recordaban, que en más de una ocasión había sentido ganas de hablarme, pero que no había tenido el coraje, lo cual me hizo sentir valiente, solo con escucharlo decir que sabia de mi, yo me sentía realizada, sentía que estaba en el lugar indicado, hasta que lo oí decir: “es una lástima que nuestros tiempos no coincidan”…
Pensé que mi yo interno otra vez actuaría con delicadeza, que podría adecuarse a la situación, pero me olvidé de ser sorda, me olvidé de ser fuerte, me olvidé de mi, y una lagrima se asomo al otro mundo, él atinó a llevársela en una caricia, pero no lo creí justo, baje la mirada y con mi mano limpie mi rostro, volví a sus ojos y volví a regalarle mi mejor sonrisa…
Decidí hacerme a un lado conectarme conmigo misma, tragar mis dolores y vergüenzas, estaba dispuesta a llevarlas conmigo, pero... Bastante ya con el peso de mi corazón cansado! di media vuelta me perdí en su mirada y le cedí mi sed de triunfos sin batallas, este amor de a uno, este amor tan existente en mi… ¿Por qué tendría que quedármelo?! Fue su imagen quien construyó todo esto, sus miradas que me vieron, su mundo enfrentado a mí, sería él quién parta con el peso en el hombro y un dolor en el alma, esta herida prematura que no había tenido siquiera la oportunidad de nacer en un tiempo que encajase con lo que mi ser sentía… Di dos pasos cortos, volví a investigarlo, volví a presentarme, y lo besé, locamente como nunca antes lo había hecho, el estaba tieso, enmudecido, estupefacto, comenzó a reír, conocí sus rasgos mejor que en cualquier otro momento, el abismo inconcluso renació en mi. Repitió su nombre, y locamente me besó, como nunca antes lo habían hecho…
Desde entonces nuestras guerras no se enfrentan, desde entonces nuestros caminos se hicieron nuestros, eran otros quienes nos veían ir más allá de la plaza, más allá de las vergüenzas…
Con él aprendí que a veces las palabras no lo dicen todo… Y que los silencios no te hacen cobarde… Con él aprendí a mirarme bien, aprendí a confiar en mi y en mis labios, en mi ser y en mis ganas… Aprendí, y eso es mucho…
Reconoció que sabía quién era, que sus ojos me recordaban, que en más de una ocasión había sentido ganas de hablarme, pero que no había tenido el coraje, lo cual me hizo sentir valiente, solo con escucharlo decir que sabia de mi, yo me sentía realizada, sentía que estaba en el lugar indicado, hasta que lo oí decir: “es una lástima que nuestros tiempos no coincidan”…
Pensé que mi yo interno otra vez actuaría con delicadeza, que podría adecuarse a la situación, pero me olvidé de ser sorda, me olvidé de ser fuerte, me olvidé de mi, y una lagrima se asomo al otro mundo, él atinó a llevársela en una caricia, pero no lo creí justo, baje la mirada y con mi mano limpie mi rostro, volví a sus ojos y volví a regalarle mi mejor sonrisa…
Decidí hacerme a un lado conectarme conmigo misma, tragar mis dolores y vergüenzas, estaba dispuesta a llevarlas conmigo, pero... Bastante ya con el peso de mi corazón cansado! di media vuelta me perdí en su mirada y le cedí mi sed de triunfos sin batallas, este amor de a uno, este amor tan existente en mi… ¿Por qué tendría que quedármelo?! Fue su imagen quien construyó todo esto, sus miradas que me vieron, su mundo enfrentado a mí, sería él quién parta con el peso en el hombro y un dolor en el alma, esta herida prematura que no había tenido siquiera la oportunidad de nacer en un tiempo que encajase con lo que mi ser sentía… Di dos pasos cortos, volví a investigarlo, volví a presentarme, y lo besé, locamente como nunca antes lo había hecho, el estaba tieso, enmudecido, estupefacto, comenzó a reír, conocí sus rasgos mejor que en cualquier otro momento, el abismo inconcluso renació en mi. Repitió su nombre, y locamente me besó, como nunca antes lo habían hecho…
Desde entonces nuestras guerras no se enfrentan, desde entonces nuestros caminos se hicieron nuestros, eran otros quienes nos veían ir más allá de la plaza, más allá de las vergüenzas…
Con él aprendí que a veces las palabras no lo dicen todo… Y que los silencios no te hacen cobarde… Con él aprendí a mirarme bien, aprendí a confiar en mi y en mis labios, en mi ser y en mis ganas… Aprendí, y eso es mucho…